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Mostrando entradas de agosto, 2012

EL UROGALLO

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    El canto del urogallo recuerda en una de sus partes al sonido que hace una bola en la ruleta de juego justo antes de caer, indecisa, clo, clo, clo, entre los números rojos y negros. Después viene una seguidilla, que es cuando dicen que el urogallo ni ve ni oye, y esto lo aprovechan quienes lo saben para dar dos pasos, dos, avanzando al cantadero que suele estar en un tombo, que es como se llama al último rodal de hayas más alto en la montaña. Ahora están vacíos porque el urogallo no canta hasta que llega la primavera, pero hay cantaderos que se usan durante generaciones y otros que, no se sabe por qué, han quedado desiertos y aunque a las hayas les vuelvan a salir un día todas las hojas a la vez en abril, si no canta el urogallo como hacía, es como si no llegara la primavera al hayedo, igual que una fiesta sin nadie, o un teatro vacío. El jabalí, cada vez más numeroso, acaba con las puestas del urogallo, al anidar en el suelo. Estos días de invierno, se vuelve m

LOS TIBURONES

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    —Si los tiburones fueran hombres—preguntó al señor K. la hija de su patrona—, ¿se portarían mejor con los pececitos? —Claro que sí—respondió el señor K.—. Si los tiburones fueran hombres, harían construir en el mar cajas enormes para los pececitos, con toda clase de alimentos en su interior, tanto plantas como materias animales. Se preocuparían de que las cajas tuvieran siempre agua fresca y adoptarían todo tipo de medidas sanitarias. Si, por ejemplo, un pececito se lastimase una aleta, en seguida se la vendarían de modo que el pececito no se les muriera prematuramente a los tiburones. Para que los pececitos no se pusieran tristes, habría de cuando en cuando grandes fiestas acuáticas, pues lo pececitos alegres tienen mejor sabor que los tristes. También habría escuelas en el interior de las cajas. en las escuelas se enseñaría a los pececitos a entrar en las fauces de los tiburones. Éstos necesitarían tener nociones de geografía para mejor localizar a los grandes

EL TEJÓN

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    Tejón era un amigo de verdad. Alguien en quien se podía confiar, siempre dispuesto a echarle una mano a uno. Era también muy viejo y lo sabía casi todo. Tejón era tan viejo que sabía que pronto tenía que morirse. A Tejón no le asustaba la muerte. Para él morirse sólo significaba que tendría que abandonar su cuerpo y, como su cuerpo ya no funcionaba tan bien como en otros tiempos, a Tejón eso ya no le parecía demasiado. Su única preocupación era cómo se sentirían sus amigos cuando él se hubiera ido. Con la esperanza de irles preparando, Tejón les había dicho que un día no muy lejano tendría que irse por la Gran Madriguera abajo y que esperaba que no se pusieran muy tristes cuando esto sucediera. Un día se sintió especialmente viejo y cansado. Era ya tarde cuando llegó a su casa. Cenó y se sentó ante la mesa para escribir una carta. Cuando hubo acabado se instaló en su mecedora junto al fuego. Se meció a sí mismo con un suave vaivén y no tardó en quedar dormido. E

EL ÉXITO

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