EL MANZANO


Hace mucho tiempo, cuando corrían tiempos especialmente difíciles, un hombre fue sorprendido robando comida en el mercado.

El rey fue informado y sentenció al ladrón a l horca. Hasta el día de la ejecución, el ladrón fue encerrado en una oscura mazmorra.

El día señalado, los guardias condujeron al reo hasta el cadalso y le preguntaron si quería decir algo antes de morir.

- Tengo un mensaje para el rey. Poseo algo muy especial que me dio mi padre, que a su vez lo recibió del suyo, mi abuelo. Se trata de una semilla de manzano que en un solo día es capaz de convertirse en un robusto árbol y dar sabrosas manzanas. Me da lástima de que algo tan especial se vaya conmigo a la tumba, así que quiero regalarle la semilla al rey.

Informado por los guardias, el rey accedió a recibir al prisionero. Tras escucharle, le dio su consentimiento para que plantara la semilla mágica antes de ser ahorcado.

- Lo haría encantado, pero os advierto que la semilla sólo puede ser plantada por alguien que nunca haya sido deshonesto, es decir, que nunca haya robado, ni mentido, ni engañado. Eso me excluye a mí, dado que se me ha acusado de robar.

El rey convocó a su primer ministro para que plantara la semilla, pero éste, avergonzado, admitió que en una ocasión se había quedado con algo que no era suyo.

A continuación, el rey hizo llamar a su tesorero que, minutos después, se ruborizó al confesarle que, algunas veces, no había manejado las cuentas del reino con total honestidad y transparencia.

- En mi opinión, majestad, debéis ser vos quien plante la semilla - le sugirió el tesorero.

Ante la sugerencia el rey, al igual que sus ministros, sintió cómo la sangre le subió a la cabeza. Recordó las veces que le había sido infiel a su esposa y les anunció, cabizbajo, que tampoco él podría plantar la semilla.

Mientras tanto, el ladrón les observaba, incapaz de disimular su desconcierto.

- Ustedes son, sin lugar a dudas, las personas más poderosas del mundo - empezó el prisionero - y sin embargo, ninguno de ustedes está libre de pecado. Ninguno, en consecuencia, está en situación de plantar la semilla. Y en cambio yo, un pobre hombre, un pobre hambriento que robó un churrusco de pan, debo enfrentarme a la horca.

El rey indulto a aquel sabio ladrón.

Comentarios

  1. A veces se nos llena la boca pidiendo justicia, cuando lo que realmente queremos es defender el orden establecido, posiblemente escondiendo más de una injusticia.
    Pedimos a la ley que defienda nuestros intereses. No pedimos a la justicia que impere.

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