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Mostrando entradas de noviembre, 2011

EL DÍA

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    Había una vez, en un país muy lejano, una niña llamada Beatriz que se levantó una mañana diciendo: -    Empieza un nuevo e interesante día, fantástico. La niña Beatriz estaba ilusionada por las miles de cosas increíbles que podrían ocurrir durante la jornada. -    ¡Cuántas cosas van a ocurrir hoy! Y así, con el ánimo dispuesto, la pequeña acudió a la escuela. Allí estuvo unas horas haciendo ejercicios y escuchando a la maestra, y al salir se dijo: -    En el día de hoy aún no ha pasado mucho interesante, pero aún queda mucho antes de dormir. Fue a su casa a merendar, se comió unos bollos con crema de cacao y se puso a hacer los deberes. Al acabar, Beatriz dijo: -    ¡Jo! Son ya las ocho de la tarde y aún no ha pasado nada interesante en el día de hoy, ¡qué chasco! Cenó, vio en la tele una serie de gran éxito y se fue a su casa diciendo: -    ¡Qué chasco, hoy no ha pasado nada! Su padre, que le estaba escuchando, le dijo: -    ¿Pero cómo que hoy no ha pasado nada, Beatriz? - 

LOS PALILLOS

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    Después de una larga y virtuosa vida un samurai llegó al más allá y fue destinado al paraíso. Era muy curioso y pidió dar, primero, un paseo por el infierno. Fue llevado a un enorme salón que tenía en el centro una mesa llena de platos colmados de alimentos suculentos y dulces inimaginables; pero los comensales, que estaban alrededor de la mesa estaban pálidos y esqueléticos. - ¿Cómo es posible? - preguntó el samurai a su guía ?- ¡Con todos los bienes de Dios que tienen delante! - Mira: cuando llegan aquí todos reciben dos palillos que deben usar para comer, sólo que son de un metro de largos y deben ser cogidos únicamente por los extremos: no se pueden llevar los alimentos a la boca. El samurai rabiaba, era terrible ver aquella gente esforzándose por comer y no podían llevarse ni una brizna a la boca. Pidió volver enseguida al paraíso. Allí le esperaba una sorpresa, el paraíso era exactamente igual que el infierno: una mesa enorme, cantidad de alimentos y u

EL INCENDIO

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Un ermitaño, en oración, oyó claramente la voz de Dios que le invitaba a acudir a un encuentro especial con Él. La cita era para el atardecer del día siguiente en lo más alto de una montaña lejana. Temprano se puso en camino; necesitaba todo el día para llegar y, ante todo, quería ser puntual a la importante entrevista. Atravesando el valle se encontró a varios campesinos ocupados en intentar controlar y apagar un incendio declarado en el bosque cercano y que amenazaba las cosechas y hasta sus propias casas. Reclamaron su ayuda porque todos los brazos eran pocos. El ermitaño sintió la angustia de la situación y el no poder detenerse: no debía llegar tarde a la cita y, menos aún, faltar a ella. Así que, con una oración para que el Señor los socorriera, apresuró el paso, ya que había que dar un rodeo a causa del fuego. Tras difícil subida, llegó a lo alto de la montaña, jadeante por la fatiga y la emoción. El sol comenzaba a ponerse; llegaba puntual, por lo que daba graci

EL PARACAÍDAS

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Charles Plumb, era piloto de un bombardero en la guerra de Vietnam. Después de muchas misiones de combate, su avión fue derribado por un misil. Plumb se lanzó en paracaídas, fue capturado y pasó seis años en una prisión norvietnamita. A su regreso a Estados Unidos, daba conferencias relatando su odisea, y lo que aprendió en la prisión. Un día estaba en un restaurante y un hombre se le acercó y le dijo: - Hola, usted es Charles Plumb, era piloto en Vietnam y lo derribaron verdad? - Y usted, ¿cómo sabe eso?, le preguntó Plumb. - Porque yo empacaba su paracaídas. Parece que le funcionó bien, ¿verdad? Plumb casi se ahogó de sorpresa y con mucha gratitud le respondio: - Claro que funcionó, si no hubiera funcionado, hoy yo no estaría aquí. Estando solo Plumb no pudo dormir esa noche, meditando: se preguntaba "¿Cuántas veces vi en el portaviones a ese hombre y nunca le dije buenos días, yo era un arrogante piloto y él era un humilde marinero?" P