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Mostrando entradas de noviembre, 2024

EL PAÍS CON EL "DES" DELANTE

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  Juanito Pierdedía era un gran viajero. Viaja que te viaja, llegó al país con el des delante. - ¿Pero qué clase de país es éste? - preguntó a un ciudadano que tomaba el fresco bajo un árbol. El ciudadano, por toda respuesta, sacó del bolsillo una navaja y se la enseñó bien abierta sobre la palma de la mano. - ¿Ve esto? - Es una navaja. - Se equivoca. Esto es una "desnavaja", es decir, una navaja con el des delante. Sirve para hacer crecer los lápices cuando están desgastados, y es muy útil en los colegios. - Magnífico - dijo Juanito -. ¿Qué más? - Luego tenemos el "desperchero". - Querrá decir el perchero. - De poco sirve un perchero si no se tiene un abrigo que colgarle. Con nuestro "desperchero" todo es distinto. No es necesario colgarle nada, ya está todo colgado. Si tiene necesidad de un abrigo, va allí y lo descuelga. El que necesita una chaqueta no tiene por qué ir a comprarla: va al desperchero y la descuelga. Hay el desperchero de verano y el de i

SEMBRADOR DE ÁRBOLES

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En un pueblo rodeado de altas montañas vivía un hombre entrado en años. La gente al verlo pasar se reía y burlaba de él. No tenía posesiones, ni siquiera una casa confortable donde habitar. Vestía humildemente. Nunca tuvo dueños ni amos y era libre como el viento. Este anciano ocupaba su vida sembrando semillas de árboles por doquier. Sembraba semillas de las que nunca vería ni las flores ni el fruto. Nadie le pagaba por ello; nadie se lo agradecía; nadie le animaba en su trabajo. Un día pasó por aquel lugar el Sultán de aquel país. Cabalgaba rodeado de su séquito. El Sultán deseaba contemplar directamente la situación de sus súbditos. Temía las palabras engañosas de sus ministros.  Al pasar por aquel lugar y encontrarse con el anciano le preguntó:  - «¿Qué haces, buen hombre?» El anciano le respondió:  - «Sembrando árboles, majestad». Nuevamente inquirió el Sultán:  - «¿Porqué siembras?. Estás viejo y cansado, y tus ojos no llegarán a contemplar el fruto de tus esfuerzos. Cuando brote

LA CERRADURA

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Hace mucho tiempo en la ciudad de Bagdad fue detenido un humilde cerrajero. Aunque era un buen hombre, que tan sólo se dedicaba a trabajar en el arte del hierro y a cuidar de su hermosa e inteligente mujer, la desgracia de una acusación falsa se cernió sobre él. Y fue a dar con sus huesos en las lóbregas mazmorras del Gran Sultán. Transcurridos unos meses su esposa se entrevistó con el Sultán para pedirle un favor: «Majestad, mi marido, el humilde cerrajero que vos mantenéis en prisión, siempre fue un hombre bueno y religioso. Cinco veces al día dirige su oración al Ala, el misericordioso. He tejido esta alfombra para que pueda arrodillarse sobre ella y cumplir con sus oraciones. Solicito que se la hagáis llegar» Al Gran Sultán le pareció adecuada aquella petición. Se mostró magnánimo y ordenó que la alfombra tejida por la mujer le fuera entregada al preso. Un año después el cerrajero conseguía huir de la prisión donde había sido condenado injustamente... Cuando sus amigos le preguntab