LA CERRADURA
Hace mucho tiempo en la ciudad de Bagdad fue detenido un humilde cerrajero. Aunque era un buen hombre, que tan sólo se dedicaba a trabajar en el arte del hierro y a cuidar de su hermosa e inteligente mujer, la desgracia de una acusación falsa se cernió sobre él. Y fue a dar con sus huesos en las lóbregas mazmorras del Gran Sultán.
Transcurridos unos meses su esposa se entrevistó con el Sultán para pedirle un favor: «Majestad, mi marido, el humilde cerrajero que vos mantenéis en prisión, siempre fue un hombre bueno y religioso. Cinco veces al día dirige su oración al Ala, el misericordioso. He tejido esta alfombra para que pueda arrodillarse sobre ella y cumplir con sus oraciones. Solicito que se la hagáis llegar»
Al Gran Sultán le pareció adecuada aquella petición. Se mostró magnánimo y ordenó que la alfombra tejida por la mujer le fuera entregada al preso.
Un año después el cerrajero conseguía huir de la prisión donde había sido condenado injustamente... Cuando sus amigos le preguntaban cómo había escapado él respondía:
- Si hubiera tenido mayor capacidad de observación, tan sólo hubiera permanecido unas semanas en la prisión de Bagdad. Pero hubo de transcurrir casi un año hasta que descubrí que los dibujos, que había tejido mi joven esposa en la alfombra, eran los planos de las cerraduras que bloqueaban las puertas que me mantenía prisionero. No conseguí la libertad hasta que no fui capaz de ver con profundidad la realidad que tenía bajo mis rodillas cinco veces al día. El resto fue sencillo para un cerrajero como yo. Busqué unas pequeñas piezas de hierro, fabriqué las llaves según los planos, y logré escapar. Fuera me esperaba mi sabia mujer. A ella debo mi libertad.
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