EL CLAVO
Un comerciante había hecho buenos negocios en la feria, vendiendo todas sus mercancías y llenando su talega de plata y oro. Quiso emprender el camino de regreso para llegar a casa antes de que oscureciera, así que cargó la talega sobre su caballo y se alejó al galope.
Al mediodía hizo alto en una ciudad; cuando iba a marcharse, un criad de la posada señaló a su caballo y le dijo:
-Señor, a la herradura de la pata izquierda de atrás le falta un clavo.
-Pues déjalo que falte -repuso el comerciante-. La herradura aguantará las seis horas que todavía me quedan de viaje. Tengo prisa.
Por la tarde, cuando hizo alto de nuevo y mandó dar follaje al caballo, entró otro criado en la sala y dijo:
-Señor, a vuestro caballo le falta una herradura en la pata izquierda de atrás. ¿Se lo llevo al herrero?
-Déjalo que falte -replicó el señor-. El caballo aguantará muy bien el par de horas que aún me quedan de camino. Tengo prisa.
Se alejó al galope, pero no pasó mucho tiempo antes de que el caballo empezara a cojear. Y a poco de cojear, empezó a renquear, y no renqueó mucho sin caerse y partirse una pata. El comerciante tuvo que abandonar el caballo, desatar la talega, echársela al hombro y dirigirse hacia su casa, a la que llegó bien entrada la noche
.
-De todo esto -se dijo a sí mismo-, tiene la culpa el maldito clavo.
Al mediodía hizo alto en una ciudad; cuando iba a marcharse, un criad de la posada señaló a su caballo y le dijo:
-Señor, a la herradura de la pata izquierda de atrás le falta un clavo.
-Pues déjalo que falte -repuso el comerciante-. La herradura aguantará las seis horas que todavía me quedan de viaje. Tengo prisa.
Por la tarde, cuando hizo alto de nuevo y mandó dar follaje al caballo, entró otro criado en la sala y dijo:
-Señor, a vuestro caballo le falta una herradura en la pata izquierda de atrás. ¿Se lo llevo al herrero?
-Déjalo que falte -replicó el señor-. El caballo aguantará muy bien el par de horas que aún me quedan de camino. Tengo prisa.
Se alejó al galope, pero no pasó mucho tiempo antes de que el caballo empezara a cojear. Y a poco de cojear, empezó a renquear, y no renqueó mucho sin caerse y partirse una pata. El comerciante tuvo que abandonar el caballo, desatar la talega, echársela al hombro y dirigirse hacia su casa, a la que llegó bien entrada la noche
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-De todo esto -se dijo a sí mismo-, tiene la culpa el maldito clavo.
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