EL BURRO
El señor Silosenovengo estaba cansado de ser el atrólogo de la corte. La tensión de saber que cualquier predicción errónea podía costarle la cabeza le convenció de buscar un sucesor.
Un día llevó un asno hasta el enorme trono del rey.
- Majestad, no puedo seguir leyendo las constelaciones, porque he encontrado un astrólogo mucho más cualificado que yo.
Dicho esto, señaló al burro.
- ¿Cómo? ¿Un simple burro va a estar más cualificado que tú? - preguntó el rey.
- Majestad, -contestó- el burro posee dos cualidades que eyo no tengo: orejas lo suficientemente ridículas para escuchar interminables preguntas estúpidas y un rebuzno lo bastante fuerte para responderlas.
Un día llevó un asno hasta el enorme trono del rey.
- Majestad, no puedo seguir leyendo las constelaciones, porque he encontrado un astrólogo mucho más cualificado que yo.
Dicho esto, señaló al burro.
- ¿Cómo? ¿Un simple burro va a estar más cualificado que tú? - preguntó el rey.
- Majestad, -contestó- el burro posee dos cualidades que eyo no tengo: orejas lo suficientemente ridículas para escuchar interminables preguntas estúpidas y un rebuzno lo bastante fuerte para responderlas.
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