Cuentan que el primer árabe que cruzó el desierto se encontró junto a una cueva con un anciano, de aspecto venerable, que le preguntó: - Joven, ¿dónde vas? - Quiero cruzar el desierto. El anciano quedó pensativo un momento y añadió: - Deseas algo difícil. Para cruzar el desierto te harán falta cosas. Toma estas tres piedras. Este topacio es la fe, amarillo como las arenas del desierto; esta esmeralda es la esperanza, verde como las hojas de las palmeras, y este rubí es la caridad, rojo como el sol del poniente. Anda siempre hacia el Sur y encontrarás el oasis de Náscara, donde vivirás feliz. Pero no pierdas ninguna de las piedras; si no, no llegarás a tu destino. El hombre se puso en camino y-recorrió miles y miles de leguas a través de las dunas amarillentas sobre su camello. Un día le asaltó una duda: - ¿No me habrá engañado el anciano? ¿Y si no existiera el oasis que me prometió y el desierto no tuviera fin? Ya iba a volverse cuando notó que algo se le había caído sob
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