LA LECHUZA


A diez bajo cero, acumulándose la nieve hasta el dintel, la familia en torno al fuego de hogar narra historias tradicionales que abrigan y en

señan a vivir. Con tamborina de piel de oso, la ab

uela marca el com

pás y acompaña el padre con la flauta. Hace de juglar el abuelo, recitando la cantilena de año nuevo coreada por los nietos mientra

s la madre atiza el fuego. Escuchan embobados el cuento de la lechuza que bajó de los cielos para que en la aldea nevada todo el mundo cante al unísono y viva en paz.

La estrofa suena así: «Siro kanipe, siro kanipe, ranran…» Que se traduce: «Flechas de oro pasan rozando, saetas de plata pasan silbando». La puntería no atina, porque el vuelo raudo de la lechuza esquiva los tiros. Revoloteba el ave divina avizorando desde los cielos los alrededores de la aldea. «¡Cómo cambia la vida!, se admira la lechuza, hoy son ricos los antiguos pobres, los ricos de antaño se han empobrecido».

En la playa juega la turba infantil del barrio de los ricos. Les regalaron por Año Nuevo juguetes caros: arcos y flechas lujosos para su iniciación. ¿Quién será el primero que logre derribar a la lechuza, haciendo méritos para llegar a jefe de clan el día de mañana? Mas el pájaro celestial no cae en sus manos.

Hay un niño del barrio pobre que quiere jugar con ellos y no le dejan. Su arco barato de caña es tosco, la punta de flecha mal sujeta con tiras de trapo, dispara sin llegar lejos. La pandilla se mofa: «Tú no llegarás, nunca llegarás…» La lechuza se percata y se enternecen sus entrañas. Vuela a ras de tierra cerca del niño pobre y se pone a tiro. La lechuza se deja derribar, herida en un ala.

Ahora es el niño quien se enternece, la toma en brazos y la lleva a casa. «Abuelita, hay que curarla». «Pero, hijo mío, si es el ave divina, qué honor tenerla en casa». La familia se inclina reverente ante el pájaro mensajero de los dioses. La colocan entre pajas en el lugar más caliente de la choza, que era el pesebre.

A media noche, mientras la familia duerme, el pájaro se metamorfosea, convertido en artesano transforma la choza pobre en mansión confortable y, además, les multiplica el vino en sus ánforas, mientras les hace ver en sueños la venida de los dioses a morar en la choza rústica. Al despertar ven que el sueño es realidad.

«No nos lo merecemos» dicen. «No es solo para vosotros, dice la lechuza, invitad a toda la aldea y compartid esta bebida». Los vecinos se extrañan. «¿De dónde han sacado tan buen vino los pobres?» Fueron l

os dioses, que enviaron desde los cielos a su mensajero para enseñar a los humanos a convivir repartiendo y compartiendo.

«Quédate con nosotros en esta aldea», canta a coro la familia. Pero la lechuza tiene que partir de nuevo a los cielos. Les deja un encargo antes de su ascensión: «Cada vez que bebáis este vino acordáos de mi visita y que ya no haya diferencia de ricos y pobres en la aldea».

Así rezaba desde antiguo la leyenda en sus versos finales: pero el abuelo, al concluir el canto, añadía por su cuenta: «Eso era antiguamente, ahora son otros tiempos, hoy la gente se ha olvidado de la lechuza«. Y ofrendaba un cuenco de arroz ante el icono de la lechuza entronizado entre las pajas de un pesebre, con que adornaba la sala de estar en Año Nuevo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA PECERA

LAS TRES PIEDRAS

EL PAÍS SIN PUNTA