EL GRAN MONO
Un gran mono, jefe y guía de una manada, tenían su hogar sobre un gigantesco árbol, que crece solitario donde el bosque limita con un río de aguas tranquilas. La amistad y solidaridad eran ley común para aquel grupo de animales, que encontraba en el bosque todo lo necesario para vivir y crecer.
El descomunal árbol que les servía de cobijo tenía unas frutas
deliciosas que desconocían las personas. Por este motivo el mono grande que
guiaba la manada les había dicho en repetidas ocasiones:
- Cuidad que ninguna fruta de nuestro árbol caiga al río. Si esto
ocurre, la corriente la llevará hacia abajo, donde se halla la ciudad de los
hombres. Ellos, al probarla, se apresurarán a venir hasta aquí y terminarán los
días de paz y armonía que disfrutamos.
Así lo hicieron, poniendo el mayor de los cuidados, día y noche;
vigilando atentamente para que ninguna fruta se sumergiera en las mansas aguas.
Pero una fatídica noche, mientras todos dormían, una de aquellas frutas fue a
caer al río... y la corriente se encargó de arrastrarla aguas abajo.
Tiempo después fue un campesino quien la encontró. Se sorprendió
al ver la fruta de tan extraño color, y la probó. La llevó al palacio real.
El rey la comió y quedó prendado de aquel sabor. Pagó los
servicios del pescador con unas cuantas monedas de oro, corrió a su palacio y
convocó a los mejores guerreros para apoderarse de aquella delicia. Una nutrida
expedición de guerreros partió al amanecer, siguiendo el sendero que bordea el
río por uno de sus márgenes.
Al anochecer llegaron hasta el árbol, y quedaron desconcertados al
verlo poblado por una manada de monos. Dijo entonces el rey:
- Acampad aquí, al pie del árbol. No tienen ningún árbol cerca,
así que no escaparan.
La noche se hizo oscura y densa. Brillaban los tizones de las
hogueras de los centinelas. En lo más alto del árbol, los aterrorizados monos
se habían reunido en torno a su jefe y guía. ¿Qué vamos a hacer ahora? Sólo nos
queda esperar la muerte. Las horas de la noche transcurrían lentas. Los monos
más pequeños, abrazados a sus padres, lloraban con el espanto grabado en el
rostro.
Fue casi al amanecer cuando el mono halló la salvación: Ató en su
pie una liana de las que había entrelazadas en algunas ramas. Se puso en pie en
uno de los extremos del árbol y, dando un salto con todas. sus fuerzas, fue a
buscar la rama de uno de los árboles que crecían en el bosque. En medio de la
noche su cuerpo ágil voló hacia la rama de uno de los árboles vecinos... y la
encontró, de tal forma que su cuerpo y la liana formaron un puente sobre el
vacío. Abajo dormían los soldados.
Rápidamente comenzaron a transitar, sobre el puente formado por la
liana y su cuerpo, todos los monos de la manada. Pero cada animal que pasaba
sobre la columna vertebral era un agudo dolor para el gran mono, que soportaba
todo por el bien de su pueblo.
Cuando las primeras luces del nuevo día despuntaban más allá del
horizonte, el rey despertó y, puesto en pie, levantó su mirada hacia el árbol.
Enseguida descubrió el cuerpo ya sin vida de aquel mono, con una mueca, mitad
dolor, mitad sonrisa.
El rey, con gesto sereno y mirada de admiración, convocó a sus
soldados y les dijo:
-Subid al árbol y descended con cuidado el cuerpo de ese mono.
Tratadle con el honor que merecen los reyes que son capaces de ofrecer la vida
por su pueblo. Porque así ha muerto él. Y le enterraron en el jardín del
palacio real.
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