LAS CODORNICES
La
más triste de las desgracias se había cernido sobre una bandada de codornices
que merodeaba los alrededores de un pueblo.
Con
frecuencia, cuando se hallaban posadas y sosegadas sobre el suelo, las redes de
los cazadores descendían sobre ellas como negros nubarrones repletos de
desventura. Cientos de codornices perdían la libertad y la vida a manos de
campesinos que las vendían en el mercado.
El
color pardo de su plumaje se hizo más y más triste, a medida que la muerte caía
sobre ellas. Tenía esta bandada de codornices una reina sabia y buena que tan
sólo se preocupaba de ofrecer consejos útiles a su pueblo. Un buen día reunió
en torno a sí a la bandada y le habló con pausada voz:
-
He estado reflexionando sobre el mal que acaece a nuestro pueblo y conozco un
remedio contra él: la solidaridad.
Las
codornices se miraron unas a otras, sin atinar a comprender el alcance de tales
palabras. La reina prosiguió:
-
Cuando descienda sobre vosotras la aciaga red, no comencéis a chillar y a
lamentaros. Mantened la serenidad en vuestros corazones, pasad vuestras cabezas
por los agujeros y levantad vuelo juntas porque vuestras alas unidas son más
poderosas que la trampa de la esclavitud que os tienden los campesinos. Luego
id a posaros sobre las rocas hirsutas de la montaña y escapad por debajo.
Así
fue como las codornices se vieron libres del peligro que les acechaba: una y
otra vez, siguiendo los sabios consejos de su reina, desafiaron y vencieron a
los taimados campesinos, que vieron mermar sus ingresos. Hallándose en esta
situación, la mujer de uno de ellos, dijo a su marido:
-
He observado que las codornices escapan de nuestras redes porque están unidas,
tal vez algún día se rompa esta unidad y queden indefensas.
Días
después se hallaban las codornices posadas sobre el suelo. De pronto, una de
ellas, en un descuido, le pisó la cabeza a otra. y se entabló una disputa.
Ambas comenzaron a pelear ya proferir insultos por su oscuro pico.
La
reina dijo al resto de la bandada:
-
Alcemos vuelo y huyamos de aquí porque sin armonía entre nosotras no hay
posibilidad de libertad.
Momentos
después caía sobre aquellas desgraciadas codornices la red del campesino. Y
enfrascadas como estaban en la disputa, continuaron insultándose una a otra,
sin atinar a unir sus fuerzas para escapar.
El
campesino recogió la red y sonrió de satisfacción. La caza comenzaba a mejorar.
Otras muchas codornices, que perdían su tiempo en altercados inútiles, extraviaron la libertad y la vida bajo las trampas de los campesinos cazadores. Aquellas que se mantuvieron unidas, siguiendo los sabios consejos de su reina, nunca fueron atrapadas y gozaron de la libertad.
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