LA INUNDACIÓN
Estaba un anciano tranquilamente en su casa cuando se oyó de pronto algo que le pareció una explosión y vio como la gente corría enloquecida de un lugar para otro, y supo que había reventado una presa, que el río se había desbordado y que la gente estaba siendo evacuada.
El anciano comprobó que el agua había alcanzado ya la calle en la que vivía, y tuvo cierta dificultad en evitar dejarse guiar por el pánico, pero consiguió decirse a sí mismo:
- No debo huir como los demás, sino quedarme aquí y confiar en que la Providencia de Dios me ha de salvar.
Cuando el agua llegaba a la altura de su ventana, pasó por allí una barca llena de gente:
- Salte adentro.
- No -respondió lleno de confinza- Yo confío en que me salve la providencia de Dios.
El anciano subió al tejado y, cuando el agua llegó hasta allí, pasó otra barca llena de gente que volvió a animarle a que subiera. Pero él volvió a negarse.
Entonces subió a lo más alto de la casa. Y, cuando el agua le llegaba hasta las rodillas, llegó un agente de la policía con una motora.
- Muchas gracias, señor agente -le dijo- Pero ya sabe usted que yo confío en Dios, que nunca va a defraudarme.
Cuando el anciano se ahogó y fue al cielo, lo primero que hizo fue quejarse ante Dios:
- ¡Yo confiaba en ti! ¿Por qué no hiciste nada por salvarme?
- Bueno -le dijo Dios- la verdad es que envié tres botes. ¿No lo recuerdas?
El anciano comprobó que el agua había alcanzado ya la calle en la que vivía, y tuvo cierta dificultad en evitar dejarse guiar por el pánico, pero consiguió decirse a sí mismo:
- No debo huir como los demás, sino quedarme aquí y confiar en que la Providencia de Dios me ha de salvar.
Cuando el agua llegaba a la altura de su ventana, pasó por allí una barca llena de gente:
- Salte adentro.
- No -respondió lleno de confinza- Yo confío en que me salve la providencia de Dios.
El anciano subió al tejado y, cuando el agua llegó hasta allí, pasó otra barca llena de gente que volvió a animarle a que subiera. Pero él volvió a negarse.
Entonces subió a lo más alto de la casa. Y, cuando el agua le llegaba hasta las rodillas, llegó un agente de la policía con una motora.
- Muchas gracias, señor agente -le dijo- Pero ya sabe usted que yo confío en Dios, que nunca va a defraudarme.
Cuando el anciano se ahogó y fue al cielo, lo primero que hizo fue quejarse ante Dios:
- ¡Yo confiaba en ti! ¿Por qué no hiciste nada por salvarme?
- Bueno -le dijo Dios- la verdad es que envié tres botes. ¿No lo recuerdas?
Este cuento anima a no dejar escapar las oportunidades que se presentan en la vida, pues pueden significar el cambio de rumbo que llevamos tiempo esperando.
ResponderEliminarOportunidades honestas ¡por supuesto!.
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