COLORES
Esta es la historia de Lailo, un niño rojo nacido en un pueblo rojo, donde todo era rojo: sus padres, sus libros, su ropa, …
Un día, del temible cielo, que no era rojo cayó la peligrosa lluvia sin color, todos en pueblo rojo corrieron a esconderse a sus casas rojas, pero Lailo estaba perdido y no sabía volver con sus padres rojos. Y allí se quedó, empapándose, en medio de la plaza roja, llorando lágrimas rojas. Se quedó dormido del cansancio, lo despertó el ruido de voces, al abrir los ojos vio a un grupo de gente roja que lo miraban con miedo y con desprecio. En sus bocas rojas que murmuraban solo se podía leer la palabra AZUL. Fue entonces cuando Lailo miró sus manos, ¡ya no eran rojas!, la lluvia las había convertido en azules. Asustado, observó como su padre se acercaba, corrió hacia él y la abrazó.
-Papá, ¿ Por qué soy azul?, ayer era rojo como los demás. ¿ Qué ha pasado con mi color?
-Lailo , nunca has sido rojo. Al nacer, tu madre y yo nos asustamos porque no eras rojo. Te pintamos para que nadie se diera cuenta y pudieras seguir con nosotros. Y ahora la lluvia ha hecho desaparecer la pintura revelando tu verdadero color.
El terror se dibujó en los ojos de su padre, que lo empujó y le gritó:
- ¡Sal corriendo, Lailo! ¡ Vete antes de que te metan en la cárcel con los demás colores! Busca el pueblo de tu color.
Y el Lailo azul, aterrorizado, echó a correr por las calles rojas y atravesó la puerta roja que había en las murallas rojas de la ciudad. Corrió hasta tropezarse con una nueva muralla, que era de color verde. En la puerta un guardián verde le dijo:
- Este no es tu pueblo, aquí no queremos gente de tu color. Sois vagos y traicioneros. Vete por donde viniste o tendré que avisar a la policía para que te lleve a la cárcel, donde están todos los que no son verdes.
Echó a correr una vez más pasó por murallas amarillas, negras y violetas, grises, blancas, sin pararse en ninguna de ellas. Estaba cansado, empezaba a perder la esperanza de encontrar algún día ese mundo azul, donde no sería rechazado y encarcelado por su color.
Lailo se sentó en el camino y rompió a llorar.
- ¿Dónde está el mundo azul? -pensaba- , ¿cómo podré encontrarlo?
En ese momento alguien le tocó en el hombro, al levantar la vista vio a una mujer que le sonreía. Era una mujer verde.
- Me llamo Deira, pequeño, sígueme.
- No , - contestó Lailo- No me querrán de donde tu vienes. Soy azul.
Ella se agachó y con un guiño le dijo:
- De donde yo vengo no hay un solo color.
Lailo recordó la advertencia de sus padres y dudó en seguirla. Pero tras meditarlo un momento pensó que ya no tenía nada que perder. Estaba solo en un mundo sin azul, y la siguió, aunque con los ojos llenos de lágrimas.
Pasó mucho tiempo y acabaron llegando a un claro del bosque donde vio un pueblo en el que no habían murallas. Lailo se secó las lágrimas y se fijó en unos niños amarillos jugando con niños verdes en un jardín rojo. A cualquier sitio donde miraba veía miles de colores. Deira le dijo:
- Hace mucho tiempo que existían los colores y un buen día nació un niño, también sin color. Sus padres que tenían mucho dinero, quisieron hacerle especial y distinguirlo de los demás. Lo pintaron de rojo y lo exhibieron orgulloso. La comunidad estaba encantada con el nacimiento de un color distinto. Ese niño creció y pintó a sus hijos de color marrón, y así fueron surgiendo los colores.
Pero pronto empezaron los problemas. Después de tanto tiempo, la pintura había teñido ya la piel, no se podía sacar con agua. Acabaron separándose: los amarillos iban con los amarillos, los naranjas con los naranjas. Los padres verdes decían " sus hijos desconfían de los niños que no son verdes", no jueguen con ellos" "no son como ustedes" ... Así acabaron instalándose cada uno en pueblos en los que sólo se permitían entrar a la gente de ese color. Levantaron muros pintados para que los demás colores supieran que no eran bienvenidos. Se juntaban entre ellos para que sus hijos tuvieran un color más puro. Pasado mucho tiempo, un joven verde salió de su pueblo verde para coger manzanas rojas en el campo, pero cuando volvió al pueblo cayó en un agujero del que no podía salir solo.
Por casualidad pasó por allí una muchacha azul, que se había arriesgado a salir de su pueblo azul para coger flores amarillas. Al oírle pedir socorro, se acercó y le ayudó a salir. Él en agradecimiento le regaló una manzana roja que la muchacha mordió con su boca azul, ella le prendió una flor amarilla en su camisa verde.
Siguieron viéndose a escondidas y un día decidieron huir al bosque y construyeron una casa con tejados rojo, paredes amarillas y puertas verdes, plantaron margaritas blancas, lavandas azules, violetas y claveles rojos.
Y de esa forma nació un nuevo pueblo con millones de colores. En los demás poblados de un solo color se hablaba de la leyenda de un pueblo donde el color no importaba, donde todos se mezclaban, donde no había colores buenos ni malos, sino simplemente distintos.
Algunos se aventuraron a buscar ese pueblo de la leyenda. Muchos solo llegaron a otros pueblos de un color y fueron a la cárcel, pero otros sí que llegaron a encontrarlo y se quedaron. Igual que tú lo has encontrado hoy. Es Este, "El Pueblo de los mil colores".
El niño la miraba con asombro, lo que Deira decía tenía sentido, pero había oído de siempre que los rojos eran los mejores, los más buenos.
- Aquí serás feliz -continuó Deira - Tu color no importa, solo has de recordar una cosa. A las flores júzgalas por su olor, no por su color; al instrumento, por su música, no por su color; a la comida, por su sabor, no por su color; a la ropa, por su tacto, no por su color. Somos como algodón Lailo. Todos tenemos el mismo color, solo el tinte es diferente.
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