LA ESTRELLA DE MAR
No
hace mucho, dos jóvenes enamorados ocupaban sus tardes paseando por las arenas
de una playa que descubría la bajamar. En este paraíso de amor transcurrían sus
horas, hablando y hablando de todas sus ilusiones y sentimientos. Eran muy
felices allí solos, sin que nadie les molestase.
Poco a poco, los temas de diálogo se fueron repitiendo y repitiendo hasta que no supieron de qué hablar. Se limitaron a observarse detenidamente y a amarse con los ojos. Eran muy felices allí solos, sin que nadie les mirase.
Una tarde, las olas depositaron en su playa una estrella reluciente. Sin decir palabra, la miraron, sonrieron y la escondieron entre las rocas. Y todas las tardes se reunían para, juntos y en silencio, observar aquella estrella. Eran muy felices allí solos, sin que nadie descubriera su estrella.
Al poco tiempo, él llegó a la playa antes y corrió a mirar la estrella. Pero la estrella no resplandecía.
Sólo cuando llegaba ella la estrella comenzaba a lucir en todo su esplendor. Lo mismo sucedía cuando era ella la que se adelantaba a la hora. Pero no se dijeron nada. Y eran felices allí solos, cada uno con su secreto.
Desde entonces, procuraban llegar e irse juntos, pero sin articular palabra ni cruzarse miradas.
Sólo miraban la estrella. Y cuanto más miraban sólo a la estrella, más la querían sólo para sí y más se debilitaba su resplandor.
Con el tiempo, aquella estrella fue perdiendo brillo y en aquella playa sólo quedaron dos seres que, mudos, asistían al desgaste de un amor. Mientras tanto, todas las noches aparecen en lo alto de los hogares miles de estrellas que dejaron las playas para alcanzar los cielos.
Poco a poco, los temas de diálogo se fueron repitiendo y repitiendo hasta que no supieron de qué hablar. Se limitaron a observarse detenidamente y a amarse con los ojos. Eran muy felices allí solos, sin que nadie les mirase.
Una tarde, las olas depositaron en su playa una estrella reluciente. Sin decir palabra, la miraron, sonrieron y la escondieron entre las rocas. Y todas las tardes se reunían para, juntos y en silencio, observar aquella estrella. Eran muy felices allí solos, sin que nadie descubriera su estrella.
Al poco tiempo, él llegó a la playa antes y corrió a mirar la estrella. Pero la estrella no resplandecía.
Sólo cuando llegaba ella la estrella comenzaba a lucir en todo su esplendor. Lo mismo sucedía cuando era ella la que se adelantaba a la hora. Pero no se dijeron nada. Y eran felices allí solos, cada uno con su secreto.
Desde entonces, procuraban llegar e irse juntos, pero sin articular palabra ni cruzarse miradas.
Sólo miraban la estrella. Y cuanto más miraban sólo a la estrella, más la querían sólo para sí y más se debilitaba su resplandor.
Con el tiempo, aquella estrella fue perdiendo brillo y en aquella playa sólo quedaron dos seres que, mudos, asistían al desgaste de un amor. Mientras tanto, todas las noches aparecen en lo alto de los hogares miles de estrellas que dejaron las playas para alcanzar los cielos.
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