DISFRACES
Teo nació llorando como todos los bebés, pero con la pobreza, el hambre y el pelear por
sobrevivir, aprendió a sonreír, hacer reír y reírse de sí mismo. Y según vivía, aprendía a ser único,
quererse, aceptarse y vivir lo mejor de muchas vidas y personajes.
Por ello, en Semana Santa, se convertía en nazareno. Salía de penitente con su cofradía y se pasaba la noche llorando, al ver pasar a su Cristo, a su Dolorosa, al escuchar una saeta, al ver subir el paso… Y al terminar la Semana Santa…. se sentía, pleno y feliz por acompañar a Jesús en su muerte y resurrección.
También era rociero y el fundador de la hermanad del Rocío de su pueblo. En la peregrinación,
se vestía de rociero, dirigía la carreta de los bueyes, saltaba la reja y sacaba a la Virgen. Y las
demás hermandades, le saludaban y querían por su buen humor. Y, volvía feliz a su pueblo,
por haber llevado un año más a la Blanca Paloma y sentir a la Virgen María en su corazón.
Y en Navidad, rejuvenecía y volvía a transformarse. Adornaba la fachada de su casa con un
gran cartel con el Niño, iluminado por cientos de bombillas de colores. Organizaba el belén
viviente rociero de su pueblo y se convertía en San José. Y todos le saludaban y felicitaban. Y al
terminar la Navidad, se sentía feliz por tanto cariño, y poder parecerse a San José.
Pero, sus vidas, no terminaban ahí. También, era «bético». No se perdía un partido de su Real
Betis Balompié. Se pintaba con sus colores y era tan querido, que la afición bética le coreaba:
«Teo, Teo… eres cojonudo. ¡Cómo Teo no hay ninguno!». Y él, se emocionaba y lloraba de
felicidad. Y en las fiestas de su pueblo, volvía a sentirse único. Organizaba la caseta, contrataba
los cantaores… Se vestía de flamenco, bailaba, cantaba, recitaba… Y más de una le decía: ¡Teo,
queremos un hijo tuyo! Y al terminar las fiestas, era feliz por haber alegrado a tantas personas.
Y sin que nadie de su pueblo lo supiera, un día a la semana marchaba a la capital. Se vestía
de cocinero y cocinaba la comida en un comedor social de la Iglesia. Y entre plato y plato,
sonreía, abrazaba, contaba chistes, regalaba algún sobre con su dinero… Y Teo volvía feliz por
sentir que así le quería Dios: tan alegre, tan especial, tan original, tan único, tan hijo de Dios…
Los años pasaron y sus hijos se marcharon a Ámsterdam. Y al jubilarse, le visitó el dolor: su
esposa de toda la vida murió de repente. Y a pesar de su corazón desgarrado, Teo siguió con su buen humor. Y en Navidad, decidió darles una sorpresa a su hijo e hija. Así que se fue a
Ámsterdam con sus trajes de rociero, bético, cocinero, San José… Y vestido de rociero y tocando
el tamboril se presentó en casa de su hija. Y la sorpresa se la llevó él. Su hija y el marido, un
serio psicólogo, le riñeron por presentarse así y le prohibieron regalar a sus hijos, el traje de
rociero y pastora que les traía. Al despedirse, su hija, muy estirada, le dijo: «Nuestros hijos saben
quiénes son. No les hace falta disfrazarse como tú. ¡Ya tienes edad para ser tú mismo!». Después,
vestido de bético, visitó a su hijo. Y una vez más, la sorpresa se la llevó él. Le ocurrió lo mismo.
Y la mujer de su hijo, filosofa, le dijo: «¡Te ocultas en los disfraces que te pones! Ahora que estás
jubilado, dedícate a encontrarte a ti mismo. ¡Madura! ¡Debes volver a ti mismo! ¡Autorrealizate!
Así, que, por favor, llévate los trajes de flamenco y no influyas en nuestras hijas».
Teo regreso muy triste a su pueblo. Y como todas las noches, habló con su Blanca Paloma:
«¡Qué hijos tan fríos! ¡Ni siquiera tienen timbre en la puerta de la casa! ¡Qué pesados con que
sea yo mismo! ¿Pero es que se puede ser otro que no sea uno mismo? ¡Qué tristes se han
quedado los nietos sin ponerse sus trajes! Pero ya me conoces. Así, que, con tu ayuda, la próxima
Navidad, los sorprendidos serán ellos». Después, besó su Blanca Paloma y se durmió sonriendo.
Teo volvió de incognito a Ámsterdam en Navidad. Logró que su familia holandesa fuera a ver
el SPANJE, el barco español de Nicolas de Bari. Y al pasar por el canal, sus hijos se llevaron una
gran sorpresa: uno de los Pedros Negros, los ayudantes de San Nicolas, era… ¡El abuelo Teo!,
que, desde el barco, bailó y envió besos a sus nietos, que llenos de ilusión, le saludaban. Y la
noche, del 5 al 6 de diciembre, disfrazado de Sinterklaas (San Nicolás), les regaló trajes de
rociero y flamenca.Los nietos le abrazaron, lloraron de felicidad y el mayor, le dijo al oído: «Eres
el abuelo Teo, pero hago como que me lo creo porque te veo tan feliz y nos haces tan felices».
Llegó la Noche Buena y Teo fue con sus nietos a la Basílica de San Nicolás, patrón de
Ámsterdam y de esta iglesia. Allí, después de la Misa del Gallo, Teo y sus nietos, vestidos de
peruanos, junto con la comunidad peruana, representaron el nacimiento del Niño Jesús.
Después, Teo y sus nietos cantaron un villancico en la iglesia. Y desde el público, sus hijos y sus
parejas, se sonrojaron al descubrirse llorando y besándose de alegría. ¡Estaban tan felices sus
hijos! Y así… ¡La familia de Teo pasó la mejor Navidad de sus vidas!
Esa noche, cuando Teo besó al Niño Jesús en su pobre pesebre, este le dijo: «¡No cambies Teo!
Sigue regalando tu alegría, tu buen humor. Sigue siendo rociero, bético, penitente, flamenco,
peruano, holandés, San José, San Nicolas, Pedro Negro… Sigue así, y seguirás siendo en el
corazón de muchas personas, la estrella, el ángel y la buena noticia de la Navidad. Un beso por
ser tan original y único como mi Padre Dios te pensó, creó y ama de todo corazón».
Muchas gracias, https://www.facebook.com/valerocrespo
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