EL BÚFALO
Bajo un gran árbol dormitaba el búfalo. Todos sus
poderosos músculos descansaban.
Un mono pequeño e insensato le
observaba desde lo alto de una rama a la que estaba subido. Viendo al búfalo
tan paciente, pensó que podía molestar a aquel ser grande y, en apariencia,
indefenso. Descendió de un salto, trepó hasta sus cuernos y comenzó a
columpiarse y a balancearse en ellos. El búfalo despertó de golpe pero, al ver
de qué se trataba, siguió dormitando tranquilamente, como si nada ocurriera.
El mono necesitaba que el búfalo se
enfadara, pues sin ese ingrediente sus juegos y monerías resultaban insulsos.
Así que intentó enfadar al búfalo. Se colocó ante la hierba que iba comiendo y
con grandes aspavientos, ridículas volteretas y chillidos desaforados, se
dedicó a pisotear la jugosa hierba que el búfalo, pacientemente, debía
engullir. El búfalo, sin inmutarse lo más mínimo, fue a comer a otro lado.
El mono no se daba por vencido. Sus
travesuras iban convirtiéndose en actos maliciosos. En un desesperado intento
de conseguir el enfado del búfalo, se proveyó de una vara delgada y flexible y
comenzó a golpearle detrás de las orejas, porque en cierta ocasión escuchó
decir que eso molesta en gran manera a los animales.
Ante el fracaso de sus intentos, se
aupó hasta el lomo del búfalo y le cabalgó, adoptando posturas ridículas e
hirientes para el sufrido y resignado
búfalo. El búfalo ni se alteró, a pesar de la fuerza que guardan sus poderosos
cuernos.
Un día, hallándose el
malintencionado mono mortificándole con nuevos tormentos, apareció una hada
que, al ver la escena, dijo al búfalo:
—Querido
amigo búfalo, eres grande y poderoso en tu fuerza, pero simple e inepto en tus
reacciones. Si tienes unos cuernos tan poderosos que asustan a leones y tigres,
y tus pezuñas pisotean con descomunal fuerza, ¿ por qué no arrojas a este mono,
tonto e insignificante, y le atraviesas con tus cuernos?
El búfalo esbozó una sonrisa
amplia y serena, al tiempo que respondía al hada:
—Pero
mujer, ¿cómo quieres que haga daño a este pequeño e insolente animalito, al que
la naturaleza no le dio el suficiente entendimiento para comprender que de un
solo golpe puedo matarlo? Además, ¿debo hacerle sufrir para ser yo un poco más
feliz?
El hada hacía tiempo que no
escuchaba palabras tan juiciosas y, sin poder contener la risa, levantó su
varita mágica y pronunció un conjuro para que nadie pudiera molestar nunca al
buen búfalo.
(J. Gómez Palacios)
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