EL GIGANTE

El gigante se acercaba paso a paso, y a cada paso que daba se volvía un poco más pequeño. Cuando estaba a unos cien metros de distancia, ya no era mucho más alto que la torre de una iglesia. Quince metros después tenía sólo la altura de una casa y cuando por fin estuvo a un metro, tenía exactamente la altura de Lucas el maquinista; quizá era todavía media cabeza más bajo. Delante de los dos amigos se hallaba un viejo delgado, de cara simpática y amable.

- ¡Buenos días! -dijo, quitándose el sombrero-. No sé cómo agradeceros que no hayáis huido de mí. Desde hace muchos años no hago más que ansiar que alguien tenga vuestro valor. Pero hasta hoy nadie ha permitido que me le acercara.

- ¡Es que, de lejos, parezco tan terriblemente grande! Ah, no me he presentado todavía: mi nombre es Tur Tur. Me llamo Tur de nombre y Tur de apellido.

Tur Tur invitó a sus amigos a quedarse con él aquel día. Comieron juntos. Entonces les explicó:

- Si uno de vosotros se levantara ahora y se alejara, se volvería cada vez más pequeño y al llegar al horizonte no sería más que un punto. Si regresara, se iría volviendo cada vez más grande y al llegar a nosotros tendría su verdadera estatura. Pero hay que reconocer ue en realidad conservaría siempre la misma. Sólo parece que se vuelve cada vez más pequeño cuando se aleja y cada vez más grande cuando se acerca.

- ¡Exacto! -dijo Lucas-.

- Bien -aclaró el señor Tur Tur-, conmigo sucede todo lo contrario. Eso es todo. Cuanto más lejos estoy, más grande parezco, y cuanto más me acerco, más se ve mi verdadera estatura.

- Usted quiere decir -insinuó Lucas- que no se vuelve pequeño cuando se acerca. Y que no es usted un gigante cuando está lejos, sino que sólo lo parece.

- Exacto -contestó el señor Tur Tur-. Porque yo sólo soy un gigante aparente.

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