LA ALEGRÍA

 


Atardecía sobre la superficie tranquila de las aguas del río. El maestro de la sabiduría, tras una larga jornada, se hallaba reunido con sus discípulos en la ribera. Contemplaban absortos la belleza de aquel momento.

Fue entonces cuando un discípulo rogó al maestro que explicara qué caminos había seguido para hallar a Dios. El maestro de la sabiduría dijo: «Fue Dios quien me condujo hasta Él. Me tomó de la mano y fue haciéndome pasar por países diversos, hasta llevarme al corazón de su misterio»

El discípulo siguió preguntando: «Maestro, ¿qué países te hizo recorrer Dios?»

El maestro explicó:

«Primeramente Dios me llevó de la mano al País de la Acción, donde permanecí largos años trabajando sin descanso, haciendo buenas obras por los demás.

Luego volvió a tomarme el Señor y me condujo al País de la Aflicción. Allí viví hasta que mi corazón quedó purificado por el sufrimiento y el dolor.

Pasados unos años me introdujo en el País del Amor. En él aprendí a dejar el pesado lastre de mi egoísmo.

Después me sumergió en el País del Silencio. Allí percibí la importancia de vivir alejado del ruido de las cosas y de las voces que aturden... Me encontré a solas conmigo mismo y experimenté la vida en toda su profundidad.»

El maestro quedó un rato en silencio, contemplando absorto el atardecer sobre el río. El discípulo le dijo: «¿Y fue ésta la fase final de tu búsqueda?»

El Maestro negó con la cabeza. Luego prosiguió: «No. Un buen día me dijo Dios: Hoy voy a llevarte al santuario más escondido del Templo, al corazón del propio Dios... Y me condujo al País de la Alegría.»

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