EL RIACHUELO
Había una vez una gran piedra que vivía en lo alto de una montaña. Desde allí arriba,
podía ver que más abajo había un pequeño riachuelo. La piedra se creía fuerte y
poderosa. Y cuando miraba a aquel insignificante riachuelo, se echaba a reír. Siempre
estaba metiéndose con él. Presumía de que ella era más fuerte que nadie. Él callaba y
nunca le decía nada. Se limitaba a recorrer su camino. Pero la piedra no paraba de
decir lo poderosa que era. Un día, el riachuelo se cansó de oírla y le dijo:
- Presumes de ser fuerte y poderosa, pero yo soy más fuelle que tú. Aparento ser débil,
pero mi constancia podría acabar contigo. En cambio, tú nunca podrías acabar conmigo.
La enorme piedra se puso a reír a carcajada limpia, y le dijo:
- Ahora vas a ver tú quién es más fuerte y poderoso.
Y se dejó caer rodando por la montaña, hasta ir a parar al centro del riachuelo. Casi no
dejaba pasar el agua. Y estando allí, volvió otra vez a reír con ganas, mientras decía:
- ¡A ver lo fuerte que eres! Sólo me haces cosquillas. Ya me dirás cómo vas a apartarme
de aquí.
Y continuó riendo. Pero el riachuelo no dijo nada. Fueron pasando los días, las
semanas, los meses y el agua no dejaba de pasar junto a la piedra. Poco a poco, se fue
desgastando por efecto del agua. La gran piedra dejó de reír Ya no presumía. Ahora era
cada vez más pequeña.
El constante pasar del agua la estaba deshaciendo. Pronto comenzó a moverse y rodar
río abajo. Al chocar con otras piedras, se fue rompiendo y haciendo más pequeña. Al
final, quedó convertida en una piedrecita diminuta con forma de canica.
El trabajo constante del agua había hecho lo que parecía imposible. Así, el riachuelo,
gracias a su constancia, había demostrado ser el más fuerte y poderoso, aunque tuviera
una apariencia insignificante.
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