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Mostrando entradas de febrero, 2017

DÁTILES

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En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras. Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena. -Que tal anciano? La paz sea contigo. – Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea. -¿Qué haces aqui, con esta temperatura, y esa pala en las manos? -Siembro -contestó el viejo. -Qué siembras aqui, Eliahu? -Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar. -¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez. -El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor. – No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos… -Dime, amigo: ¿cuántos años tienes? -No sé… sesenta, setenta, ochenta, no sé.. lo he olvidado… pero eso, ¿qué importa? -Mira, a

LEER Y ESCRIBIR

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No había en aquel pueblo un oficio peor visto y peor pagado que el de portero del prostíbulo... Pero ¿.qué otra cosa podía hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio. En realidad, era su puesto porque su padre había sido el portero de ese prostíbulo antes que él, y antes que él, el padre de su padre. Durante décadas, el prostíbulo había pasado de padres a hijos y la portería también. Un día, el viejo propietario murió y un joven con inquietudes, creativo y emprendedor, se hizo cargo del prostíbulo. El joven decidió modernizar el negocio. Modificó las habitaciones y después citó al personal para darles nuevas instrucciones. Al portero le dijo: —A partir de hoy, usted, además de estar en la puerta, me va a preparar un informe semanal. Allí anotará la cantidad de parejas que entran cada día. A una de cada cinco, les preguntará cómo fueron atendidas y qué corregirían del lugar. Y una vez por semana, me

EL PARTO

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Un hombre le pidió una tarde a su vecino una olla prestada. El dueño de la olla no era demasiado solidario, pero se sintió obligado a prestarla. A los cuatro días, la olla no había sido devuelta, así que, con la excusa de necesitarla, fue a pedirle a su vecino que se la devolviera. —Casualmente iba a subir a su casa para devolvérsela. ¡El parto fue tan difícil! —¿Qué parto? —El de la olla. —¿Cómo? —Ah, ¿no lo sabía? La olla estaba embarazada. —¿Embarazada? —Si, y esa misma noche tuvo familia. Por eso tuvo que hacer reposo, pero ahora ya está bien. —¿Reposo? —Sí. Un segundo, por favor. Y, entrando en su casa, sacó la olla, una jarrita y una sartén. —Esto no es mío. Sólo la olla. —No, es suyo. Son las hijas de la olla. Si la olla es suya, las hijas también lo son. El hombre pensó que su vecino estaba completamente loco. «Pero mejor que le siga la corriente», se dijo. —Bueno, gracias. —De nada. Adiós. —Adíós, adiós. Y el hombre se marchó a su cas

EL MUERTO

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Había una vez un hombre muy aprensivo respecto de sus propias enfermedades y, sobre todo, muy temeroso del día en que le llegara la muerte. Un día, entre tantas ideas locas, se le ocurrió pensar que a lo mejor ya estaba muerto. Entonces le preguntó a su mujer:   - Dime, mujer. ¿No estaré muerto? La mujer rió y le dijo que se tocara las manos y los pies. - ¿Ves? ¡Están tibios! Bien, eso quiere decir que estás vivo. Si estuvieras muerto, tus manos y tus pies estarían helados. Al hombre le pareció muy razonable la respuesta y se tranquilizó. Pocas semanas después, un día en que estaba nevando, el hombre fue al bosque a cortar leña. Cuando llegó al bosque, Se quitó los guantes y empezó a cortar troncos con un hacha. Sin pensarlo, se pasó la mano por la frente y notó que estaba fría. Acordándose de lo que le había dicho su esposa, se quitó los zapatos y los calcetines y confirmó con horror que sus pies también estaban helados. En ese momento no le quedó ya ninguna duda: se