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Mostrando entradas de febrero, 2011

EL LIBRO

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 Hace mucho, mucho tiempo, la gente vivía siempre en un mismo lugar, y aunque a veces iban a la ciudad más cercana andando o en un carro tirado por un caballo, no lo hacían con frecuencia porque los viajes eran largos y cansados. De vez en cuando, llegaba un viajero andando por los caminos llenos de barro: un vendedor que traía alfileres, cintas y cuentas de colores, o un soldado que había estado combatiendo, o un marino que regresaba de la mar. El visitante contaba cosas curiosas que había visto y oído, y las gentes le escuchaban ávidamente porque querían saber qué es lo que había en otros lugares de la Tierra. Todo resultaba nuevo e insólito para aquellos hombres y mujeres cuyas vidas transcurrían en un mismo lugar. Les parecían igualmente reales y maravillosas las historias de ballenas y sirenas, de hombres rojos y azules, de cuevas repletas de joyas y de pájaros gigantes. Los gentes de aquellos tiempos no sabían cómo eran los habitantes de otros lugares de la

GRANOS DE ORO

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 Érase una vez un mendigo caminando, alforja al hombro, llena de las limosnas del día, quizás maldiciendo su suerte, que oyó tras de sí el galopar de unos caballos. Tras los caballos iba una carroza digna de un rey. Al pasar junto a él la carroza se detuvo, y alguien se asomó a la puerta, efectivamente era un rey. Por unos segundos el mendigo soñó con un plato lleno de comida, con un traje nuevo, incluso con una ducha caliente para aquella noche. El mendigo dijo al rey: - Señor, ¿qué podéis darme para sacarme de esta pobreza que amarga mi existencia? El Rey extendió su mano vacía hacia el mendigo y le dijo: - Soy yo quien necesito que tú me des una limosna. El mendigo se enfadó con el rey y con su propia mala suerte. Pero ante la insistencia del rey, o quizás por miedo a un castigo mayor, el mendigo metió la mano en su alforja, y sacó cinco granos de trigo. - Muchas gracias, mendigo, gracias por tu limosna -, le dijo el Rey, quien cerró la puerta y los caballos

EL FUEGO

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No hace mucho vi una casa que ardía.  Su techo era ya pasto de las llamas.  Al acercarme, advertí que aún había gente en su interior.  Fui a la puerta y les grité que el techo estaba ardiendo, incitándoles a que salieran rápidamente.  Pero aquella gente no parecía tener prisa.  Uno preguntó, mientras el fuego chamuscaba sus cejas, qué tiempo hacía fuera, si llovía, si no hacía viento, si ardían otras casas y otras cosas parecidas.  Sin responder, volví a salir.  Esta gente, pensé, tiene que arder antes de que acabe con sus preguntas.  Verdaderamente, amigos, a aquel a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de desear voluntariamente cambiar de lugar si fuera preciso, no tengo nada que decirle.                                                                                                                       (Bertold Brech)

EL DISCURSO

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Lo siento, pero no quiero ser emperador, no es mi oficio. No pretendo gobernar ni conquistar a nadie. Me gustaría ayudar, si fuera posible, a judíos y gentiles, negros y blancos. Todos deseamos ayudarnos. Los humanos somos así. Queremos vivir para la felicidad de los otros y no para hacerlos desgraciados. ¿Por qué nos tendríamos que odiar y menospreciar? En este mundo hay lugar para todos. La Tierra, que es generosa y rica, puede abastecer todas nuestras necesidades. El camino de la vida puede ser el de la libertad y el de la belleza pero, a pesar de todo, nos hemos perdido. La codicia envenena el alma de los hombres, levanta murallas de odio en el mundo, nos est´haciendo avanzar hacia la miseria y la muerte. Hemos creado la época de la velocidad pero nos sentimos enclaustrados. La máquina que produce abundancia nos ha dejado en la penuria. Los conocimientos nos han vuelto excépticos; nuestra inteligencia nos ha hecho obstinados y crueles. Pensamos demasiado y sentimo

EL CORAZÓN

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Un día un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca. Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, Pues no se observaban en el ni máculas, ni rasguños. Si, coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto. Al verse admirado, el joven se sintió mas orgulloso aún y con mayor fervor Aseguró poseer el corazón más hermoso de todo lugar. De pronto un anciano se acercó y dijo: - “¿Por qué dices eso, si tu corazón no es tan hermoso como el mío?” Sorprendidos, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, éste estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos, y estos habían sido reemplazados por otros que no correspondían, pues se veían bordes y aristas irregulares. Es mas, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos. La mirada de la ge