GRANOS DE ORO

 Érase una vez un mendigo caminando, alforja al hombro, llena de las limosnas del día, quizás maldiciendo su suerte, que oyó tras de sí el galopar de unos caballos.

Tras los caballos iba una carroza digna de un rey. Al pasar junto a él la carroza se detuvo, y alguien se asomó a la puerta, efectivamente era un rey. Por unos segundos el mendigo soñó con un plato lleno de comida, con un traje nuevo, incluso con una ducha caliente para aquella noche.

El mendigo dijo al rey:

- Señor, ¿qué podéis darme para sacarme de esta pobreza que amarga mi existencia?

El Rey extendió su mano vacía hacia el mendigo y le dijo:

- Soy yo quien necesito que tú me des una limosna.

El mendigo se enfadó con el rey y con su propia mala suerte.

Pero ante la insistencia del rey, o quizás por miedo a un castigo mayor, el mendigo metió la mano en su alforja, y sacó cinco granos de trigo.

- Muchas gracias, mendigo, gracias por tu limosna -, le dijo el Rey, quien cerró la puerta y los caballos de nuevo cabalgaron.

El mendigo se sintió burlado por su Rey, ... pero llegada la noche, vació su alforja para contar sus limosnas y encontró cinco granos de oro.

En su pensar de dónde salieron, se acordó enseguida de los cinco granos que dio al Rey.

- Yo le di unos granos de trigo y él lo convirtió en granos de oro. ¿Porqué no le di todos los granos de trigo?, ahora tendría mi alforja llena de oro!!!; y hubiera dejado de ser pobre para siempre, pero, mi avaricia me perdió.

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