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Mostrando entradas de febrero, 2012

ALIVIAR

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 Varias personas se presentaron ante un hombre justo y de corazón piadoso llevando un cadáver. - Aquí te traemos a tu hijo menor, que ha sido asesinado por su propio primo, tu sobrino Abdul. A él lo hemos apresado y te lo entregamos maniatado. Es tuyo. El asesino cayó al suelo y no se atrevía a mirar a su tío, padre de la víctima. Tenía mucho miedo y vergüenza y no levantaba la vista del suelo. El viejo no sabía qué hacer y sentía odio en sus entrañas. En aquel momento, su hijo mayor le dijo: - Padre, haz justicia y venga a mi hermano menor. El hombre misericordioso le contestó: - No. Hay algo mejor que hacer y lo harás tú. Haz estas tres cosas: libera al hijo de mi hermano, entierra a tu hermano y gasta tus fuerzas en consolar a tu madre, que mucho te necesitará. La casa del anciano se llenó de paz.

DIOS

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    Érase una vez un niño que quería conocer a Dios. Había un largo camino hasta el sitio donde vivía Dios, de modo que hizo las maletas, metió unas chocolatinas en el equipaje y seis envases de coca-cola y se puso en camino. Después de haber dejado atrás tres bloques de casas, se encontró a una viejecita sentada en un parque, que miraba fijamente a las palomas. El niño se sentó a su lado y abrió la maleta. Estaba a punto de ponerse a beber cuando se dio cuenta de que la viejecita parecía tener hambre, de modo que le ofreció una chocolatina. Ella se la aceptó y le sonrió. Tenía una sonrisa tan bonita que el niño quiso volver a verla, así que le ofreció una coca-cola. Y de nuevo ella sonrió. El niño estaba encantado. Se pasaron así toda la tarde, comiendo y sonriendo, pero en ningún momento se hablaron. Al oscurecer, el niño notó que estaba muy cansado; se levantó para irse, pero apenas había dado unos cuantos pasos, cuando se giró, corrió hacia la anciana y le dio u

ELLA

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El psiquiatra alemán Viktor Frank describe su experiencia en un campo de concentración nazi: «... en medio del castigo humillante, un preso dijo: - "¡Ah, qué vergüenza si nuestras mujeres nos viesen así!" El comentario me hizo recordar el rostro de mi esposa y, en el mismo instante, me sacó de aquel infierno. La voluntad de vivir volvió, diciéndome que la salvación del hombre es para y por el amor. »Allí estaba yo, en medio del suplicio y, aun así, capaz de entender a Dios, porque podía contemplar mentalmente el rostro de mi amada.» El guardia nos mandó pasar a todos, pero no obedecí, porque no estaba en el Infierno en aquel momento. Aunque no pudiese saber si mi mujer estaba viva o muerta, eso no cambiaba nada. Contemplar mentalmente su imagen me devolvía la dignidad y la fuerza. Incluso cuando se lo quitan todo, un hombre aún tiene la bienaventuranza de recordar el rostro de quien ama, y eso lo salva.»

LA RISA

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En el oriental reino de Palimbus hacía años que no se celebraba ninguna fiesta. Es más, el emperador había prohibido terminantemente cualquier expresión de alegría o regocijo.  Un decreto colgado en el  exterior del palacio advertía que todo aquel que  fuera  pillado  in  fraganti  divirtiéndose  sería  encerrado  en  las  mazmorras  por siempre jamás. Un invierno llegó un viejo mago a la plaza de palacio. Vestía una túnica de colores brillantes y esbozaba una tenue sonrisa. Esto le hizo sospechoso ante los soldados del emperador, que empezaron a seguirle con sigilo. Al  principio,  el  mago  se  limitó  a  vagar  por  la  ciudad,  donde  niños,  hombres  y mujeres le miraban con temor. Los soldados no lo dejaban ni a sol ni a sombra. Por eso,  cuando  el  anciano  se  sentó  en  un  banco  del  parque  real  a  descansar,  se apostaron tras los árboles para tenerlo vigilado. El  viejo  mago  miró  las  cabecitas  expectantes  de  los  soldados:  unos  parecían asus