EL UROGALLO

 
 
El canto del urogallo recuerda en una de sus partes al sonido que hace una bola en la ruleta de juego justo antes de caer, indecisa, clo, clo, clo, entre los números rojos y negros.

Después viene una seguidilla, que es cuando dicen que el urogallo ni ve ni oye, y esto lo aprovechan quienes lo saben para dar dos pasos, dos, avanzando al cantadero que suele estar en un tombo, que es como se llama al último rodal de hayas más alto en la montaña.

Ahora están vacíos porque el urogallo no canta hasta que llega la primavera, pero hay cantaderos que se usan durante generaciones y otros que, no se sabe por qué, han quedado desiertos y aunque a las hayas les vuelvan a salir un día todas las hojas a la vez en abril, si no canta el urogallo como hacía, es como si no llegara la primavera al hayedo, igual que una fiesta sin nadie, o un teatro vacío.

El jabalí, cada vez más numeroso, acaba con las puestas del urogallo, al anidar en el suelo.

Estos días de invierno, se vuelve más arborícola. Hasta que llega la primavera y baja a cantar. Entonces, según Tomás Alonso, se oye su canto a dos kilómetros, el sonido en el que hay que estarse quieto, y después la seguidilla que le deja sordo y ciego y en la que hay que avanzar dos pasos, dos, y volverse a quedar parado, clo, clo, clo, si se quiere ver un urogallo cantando.

No sé por qué cada vez que repaso lo que me he propuesto para este año, me acuerdo de cómo hay que hacer para verlo: que estarse quieto, es una manera de ir avanzando; y que yendo derecho hacia lo que queremos, se puede echar todo a perder, cuando crujen bajo nuestros pies las hojas de las hayas.

MÓNICA FERNÁNDEZ-ACEYTUNO
ABC 14-1-2008

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