EL BUEY Y LA MULA DEL BELÉN
Mientras José y María iban de viaje hacia Belén, un ángel reunió a todos los animales. Quería elegir a los que mejor pudieran ayudar a la Sagrada Familia en el establo. Naturalmente, el león fue el primero de todos en presentarse:
- Solo un rey es digno de servir al Rey del mundo. Yo me colocaré en la entrada y destrozaré a todos los que intenten acercarse al Niño.
- Eres demasiado violento- contestó el ángel.
De repente, poco después, se acercó el zorro; con aire inocente, insinuó:
- Yo soy el animal que se necesita. Todas las mañanas robaré para el hijo de Dios las mejores mieles y la leche más perfumada. Además, llevaré todos los días un buen pollo a María y José.
- Eres demasiado poco honesto- dijo el ángel.
En esto llegó, esplendoroso y empavonado, el pavo real. Desplegó su magnífica cola del color del arco iris y proclamó:
- Yo transformaré ese pobre establo en una estancia mucho más bella que el palacio de Salomón
- Eres demasiado vanidoso - respondió el ángel.
Y así pasaron, uno tras otro, muchos más. Cada uno ponderaba su propio don. Todo fue en vano. El ángel no acababa de encontrar ni uno sólo que mereciera la pena. Entonces, miró alrededor del portal y vio que el buey y la mula, con la cabeza baja, seguían trabajando en el campo cercano de un labrador. El ángel les llamó:
- ¿Es que vosotros no tenéis nada que ofrecer?
- Nada de nada- respondió la mula, aflojando mansamente sus orejas- Nosotros sólo hemos aprendido la humildad y la paciencia. Todo lo que pase de eso sólo significa un suplemento de bastonazos.
Y el buey, tímidamente, sin siquiera levantar los ojos, dijo:
- Pero podremos, de vez en cuando, matar moscas con el rabo.
El ángel, por fin, sonrió:
- Vosotros dos sois los más adecuados para estar aquí
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